Un payaso sin fronteras
Illustrazione di Martín Elfman
Una nariz roja es su instrumento y la risa su arma. Se llama Jaume Mateu Bullich, pero es mucho más conocido por su seudónimo, Tortell Poltrona. El domingo bajó del Montseny, donde vive, para participar con uno de sus “números” en la “Tamborinada”, la fiesta anual que la fundación barcelonesa La Roda (que “lleva”, entre otros, el grupo Impacta del post “Las flores de Badia”) organiza en el parque de la Ciutadella. Como siempre el Poltrona, como le llaman los amigos, en escena es un factotum. Al entrar, se pone en el medio y se pinta la cara, transformándose en su personaje delante del público. Desde ese momento hay que esperárselo todo: canta, toca el sax, hace malabares, tira huevos encima del público y acaba levantando hasta 12 sillas con el mentón. El domingo sólo hubo tiempo para este último número y sólo con cinco sillas. Faltaba su “cara blanca” y compañera sentimental de toda la vida Montserrat Trias, su pulga amaestrada y toda la resta del equipe del CIRC CRIC (circo familiar ambulante creado por él en 1981). No faltaba, sin embargo, la habitual energía vital de este hombre que con sus 53 años sigue dirigiendo el CRAC (Centre de Recerca de les Arts del Circ), abriendo espacios por Barcelona y Catalunya y llevando a los campos de refugiados y en las escuelas de los países en guerra Payasos Sin Fronteras, la Ong que fundó en 1993.
Cuando le entrevisté, hace más de dos años, me dijo que para él el payaso es como el vino. “Tiene que ser de una buena tierra, de una buena planta, sufrir con el agua, sufrir con el calor, ser cortado, pisado y con el tiempo mejora. No como el Lambrusco, pero sí como el Chianti”.
Viéndole cualquiera diría que tiene razón.