Cucurucucu… Paloma!

Alrededor de las cuatro de la tarde de cada miércoles y domingo Joaquín, Samuel, José y los otros del club deportivo del Carmel llegan con sus cajas de hierro y de madera donde uno de los más asombrosos miradores de la ciudad de Barcelona y se paran justo debajo de los restos de la gran batería antiaérea de la guerra civil.

Nada más abrir las numerosas puertecitas de sus cajas el cielo se tiñe del rojo, rosa, verde, azul o amarillo del plumaje de Tiro Fijo, Duro de pelar, Pitingo y Pluma Blanca (entre otros). Son sus palomos de competición y los reales protagonistas del evento. Solo cuando todos los palomos están ya altos en el cielo y se han reunido en grupos, Jose y sus compañeros abren la caja de la hembra. Es la única cuyo plumaje no está teñido y la única en llevar dos plumas blancas postizas. Los machos han aprendido desde pequeños a reconocer el detalle y cuando la ven van directos a por ella.

La suelta, o sea el partido, dura dos horas durante las cuales la paloma llega a enfrentarse a hasta 70 machos calentorros. En realidad, más que encarárseles, lo que hace la hembra es intentar huir como pueda. Sin embargo el cansancio puede más que el miedo y es entonces, cuando se para a descansar, que los palomos aprovechan para literalmente asaltarla (echarsele encima). Los hombres se acercan con urgencia al piñón ruidoso formado por los animales, a ver cuales de los suyos consiguen quedarse más tiempo al lado de la hembra, que es el objetivo del juego.

“Mira cómo sufren por las mujeres”, me comentan con caras convencidas.

“Mira, mira, ése es mío”, grita uno.

“No, no, el mío lo hace mejor”, apunta otro.

Aunque todo dé por pensar que la suelta se acabe en una violación colectiva no siempre las cosas son lo que parecen. Para que la hembra pueda aparejarse tiene que quedar un solo palomo a su lado, hecho que pasa muy pero que muy raramente. Basta con que haya dos machos para que empiece una pelea para el conseguimiento del objeto del deseo donde lo último que parece importar a los participantes es precisamente la paloma que, finalmente sola, normalmente aprovecha la distracción general para esconderse bajo tierra, o donde pueda.

Al final de las dos horas de puesta todas las palomas acaban teniendo una recompensa. Un posiblemente buen polvo con otra paloma (y palomo para la hembra) guardada a posta para la ocasión y una vitamina para recuperarse del cansancio (y la hembra también del susto que debe haber tomado).

Cada siete sueltas, o sea más o menos cada mes, los palomeros hacen cuentas y asignan un ganador.

Si a nivel nacional las competiciones significan mucho dinero (un palomo medianamente bueno vale alrededor de los mil euros), las grandes ciudades como Barcelona no son decididamente los lugares más adecuados para este tipo de competiciones, ya que los animales se pierden o quedan matados muy fácilmente. Así, mientras en lugares como Murcia el deporte esta reglamentado por la Federación Colombicultura, la competición es a nivel profesionales e implica dinero en el mercado negro, para los miembros del club deportivo del Carmel es poco mas que una afección querida, donde los premios no superan una buena botella de vino o un jamon y  el ambiente es el de un cualquier grupo de amigos, en su grandísimo mayoría hombres. Algunos, como el mismo Jose, que lleva haciendolo desde 1959, son unos verdaderos expertos sobre el funcionamiento del arcoiris de palomas que, si pasan por alli, pueden estar seguros de ver una tarde cualquiera de un miércoles y de un domingo de todo el ano. Menos en verano, cuando hombres y animales, debilitados por el calor, finalmente descansan.