La tarde de Rob

Las vascas Medeak, “grupo radikal de bolleras, transexuales, feministas, travestis, insurrectas, cuentacuentos, queers, de-generadas, perversas y, como no, activistas-militantes” –como se presenta en su blog el sábado pasado vinieron a dar un taller de drag king en el CSO La Teixidora del Poble Nou barcelonés.

Tras una mañana de charla teórica que, pasando por Diana Torr, Beatriz Preciado, Angela Davis y Del La Grace Volcano, entre otras, acabó reivindicando la reapropiación de la masculinidad en el espacio público como forma de empoderamiento (sobre todo ante el ser susceptible de violencia), yo y mi ropa de hombre llevada para la ocasión estábamos listas para la transformación. O casi.

A la treintena de participantes, en su gran mayoría pero no únicamente mujeres de nacimiento, nos lo habían dejado claro. El king que íbamos a ser en el taller tenía que ser si no violento de facto por lo menos en potencia. La reapropiación de la violencia, pues, nos serviría para reafirmar nuestra autoridad.

Y mientras escuchaba a las medeak contar que las participantes que más se asustan ante esto y prometen no poder ser violentas suelen ser las que resultan más cabronas tras la transformación, yo pensaba que eso no iba conmigo. Que lo intentaría pero que en ese papel me sentiría incomoda. Fijo.

Tras una comida nada ligera me puse como todo el mundo a cortar cachos de mi cabello con los que haríamos los pelos de la cara y a preparar pollas usando un condón y trocitos de algodón, más gordos al final para dar la sensación de tener huevos. Por turnos pasamos por el vendaje de los pechos y allí tuve mi primera epifanía. Si en un primer momento me superó la sensación de agobio, enseguida me di cuenta de que naturalmente se me abrían los brazos y los hombros me quedaban más rectos, alejados del cuerpo.

Me hice una polla bien grande siguiendo la “regla de la L” sentada (según la cual a estatura bajita equivale pene importante) tan conocida en Cerdeña –my background me lo sugería y encima me apetecía montón-, la coloqué, me puse los vaqueros, empecé a moverme y allí llego la segunda epifanía. El monstruo que se encontraba entre mis piernas me llevaba inconscientemente a mover la pelvis para adelante y, con las piernas necesariamente más abiertas, a ocupar más espacio. Tras la incomodidad inicial empecé enseguida a sentirme a gusto.

Cuando una de las medeak acabó de ponerme la barba me pasó en la mano un espejo y me preguntó ¿Quién eres? Bastó con mirarme un segundo para saber la respuesta. Roberto, al que todo el mundo llama Rob, italiano de nacimiento, estudiante de cine en Barcelona que para pagarse los estudios pasa lo que haga falta en fiestas. Engreído, provocador, egocéntrico y cobarde. Había estado allí durante muchos años, alimentándose de los imbéciles con los que me he ido encontrando en mi vida y finalmente salía de mi.  La sensación era liberadora. Caminando como Rob por las calles del Poble Nou –y después en el metro, donde a cada mirada curiosa contesté rascándome de gusto la polla- me sentí fuerte, incluso invulnerable. Las Medeak dicen que la diferencia en la mirada entre mujeres y hombres consiste en que mientras la de las primeras se mueve rápida a descubrir el mundo, la de los otros espera, quieta, a que el mundo se descubra ante sus ojos. La legitimidad para tomar una postura u otra no la tenemos los dos géneros por igual, éste es un hecho. Sin embargo la posibilidad de romper los esquemas que no nos son cómodos la tenemos todas y todos.

Mi primera tarde de Rob me ha hecho experimentar una alteridad de mi ser, un empoderamiento nuevo que tengo la sensación que me podrá ser muy útil también y sobre todo cuando vaya de Elena por el mundo. Y me ha hecho entender mejor qué puede significar ser hombre. Aconsejo a todas las mujeres, sobre todo a las que piensan no poder ponerse en la piel de un cabrón, que lo prueben.